Entre la rotonda de entrada a Argeles Gazost (Francia), donde se sitúan un par de pastelerías, una tienda de bicis oficial de Pinarello y el mejor camping de la historia, el Tres Valles, entre todo eso y la prueba final de temporada del próximo 5 de octubre en Villava, han pasado cuatro años, sobre 140 carreras, algunas caídas, un buen puñado de abandonos y otro, mayor todavía, de metas conquistadas.
En esa rotonda, ya lo escribimos por aquí en aquel blog sobre el sueño de Iñaki López, Miguel conoció a dos de sus nuevos compañeros entonces, y amigos ahora, y nosotros a sus madres, que de los padres allí no había ni rastro.
Lo críos ni se miraron, como debe ser, y los padres nos sonreímos y mucho, tanto que me hizo dudar si en realidad, ya nos conocíamos, como me suele pasar, así que decidí contarles nuestra inminente incorporación a su equipo, que en realidad era el mío desde hace mil quinientos años, pero eso lo pasé por alto.
Porque si algo tenía claro Miguel es que me tenía que mantener al margen del equipo y del club, que mi historia había pasado y que ahora el que estaba en el Villavés era él, y punto. Así lo hicimos, a pesar de que mi foto viajaba (y viaja) en la carrocería del coche de equipo, pero decidimos pasar por alto el coche, mis años de entrenador (de corredor era fácil), y lo que hiciera falta para que Miguel viajara sin ningún tipo de lastre.
Miguel se presentó en su primera carrera en Murieta, allá por agosto, con una bici prestada, sin media ginkana en sus piernas y como trescientos kilómetros de entrenamiento. Os podéis imaginar el resultado. Cinco kilómetros en el pelotón y al palco. A partir de allí siguió corriendo todas las carreras con igual resultado y no se perdió un solo entrenamiento de equipo, de donde volvía reventado de seguir a sus compañeros a rueda, pero seguía.
Y seguía tanto que algunas veces por la mañana hacía sus diez kilómetros en carrera y por la tarde, se volvía a cambiar y se iba hasta Erro para completar los kilómetros que habían hecho sus compañeros ese día, solo, con la única compañía del sueño de alcanzar la meta en alguna carrera. Abrazable hasta el infinito y más allá.
Aquel invierno, Miguel siguió los entrenamientos mientras sus compañeros descansaban, y cuando empezaron, él empezó con ellos, pero había conseguido recortar parte de la diferencia. Y la temporada arrancó.
En la primera carrera de Zarautz se comió una montonera pero en la segunda prueba, en Tafalla, Miguel ya llegó a meta, por detrás, en uno de los últimos grupos, pero llegó. Y allí fue la primera vez que tuve que pirarme de la línea de llegada para dar rienda suelta a mi pequeña mascletá de felicidad. Una llegada a meta, algo cotidiano para los allí presentes y un estallido incontrolable de alegría para mí.
Ahora la rotonda de Argeles Gazost ya nos pilla lejos, y los entonces críos ya casi están dejando atrás la adolescencia y a nosotros, los padres, nos pilla con el labio partido, supongo, que me parece una forma insuperable de avanzar por la vida.
Y la cuesta de Oco es eso, una cuesta y nada más y Miguel ha seguido terminando carreras, y cada vez más adelante, y vueltas y clásicas y la mejor carrera de la historia, la de Dicastillo. Sin embargo, cuatro años después, yo sigo igual, o peor, celebrando cada meta al margen del mundo y de la posición, con la misma felicidad de la primera y puestos a celebrar, celebro que nada haya cambiado y que el instante de conquistar una meta, consiga sortear el tiempo y durar una eternidad, como la canción. Que sea un estallido de felicidad y un momento de abrazarnos como si no hubiera un mañana. Porque cada fin de semana ha sido una fiesta para mí.
Y ahora, nuestros corredores nos han dejado infinidad de “sitios recordados”, a los que volver, aunque ellos no lo hagan, aunque los vayan olvidando, como en ese letrón de Ismael Serrano. Un sinfín de lugares que son historias de unas aventuras irrepetibles, porque llevan el sello de la adolescencia y suben para arriba a mil por hora hasta alcanzarnos de lleno a los que andamos intentando entrar en la madurez. Como las cifras que se convierten en fechas en los álamos de Machado, aquí son lugares que recordaremos siempre al pasar por ellos y nos dará igual que ya no haya nadie, lugares que perduran en el tiempo ajenos a lo que un día vivimos allí, y que siempre serán sitios conquistados y compartidos entre los corredores y las familias, sitios eternos, lugares a los que volver, como el mejor de los acordes de una canción. Nuestros “sitios recordados”
Desde la eterna plaza de Mutriku hasta aquel podio de Adur en Villava, o la cuesta de la Iglesia de los Igoas, el puente de Urritzola, también el puente, la cuneta nevada en el puerto de Altamira, la escapada por Torres de Elorz, la meta familiar de Lacunza, el alto fugaz de Atagoiti, la mejor pancarta de la historia por Meaga, el trofeo Valenciaga que está por llegar, la tenacidad y sencillez de Eneko Ayerdi, que también es un lugar de encuentro para todo el ciclismo base y suma y sigue y añade el que quieras, que yo te lo compro, “aunque tú no vengas, aunque me hayas olvidado”.
En fin, otra vida dentro de la vida, otra más, otra etapa que se termina con nuevos compañeros y nuevos “mejores amigos”, como dice Forrest Gump. Y como estamos a mil millas de Argeles Gazost y su rotonda, Miguel ya me deja volver de pleno al club, porque él pinta que tira para una nueva categoría, la Sub-23, donde la cuesta de Oco volverá a ser el Tourmalet otra vez y donde ver la línea de meta es el sueño que le vuelve a lanzar.
Gracias Miguel y gracias siempre, siempre, siempre al club, a Pepe y a los entrenadores, Miguel, Dani, Oscar, Mario, Pello, Romeo, Javi y Asier, que son los encargados de transmitir todas estas emociones de generación en generación, y son los que están poniendo al club en el mejor punto de partida para cumplir otros 50 palos.
Willow
“Iré a buscarte a los sitios recordados, aunque tu no vengas, aunque me hayas olvidado”
“Te escribiré los versos que nunca te hice, seré puntual, como siempre quisiste”
Ahora sí, os dejo con el temazo de Ismael Serrano, para que vayáis haciendo vuestra lista de sitios recordados a los que volver, aunque ya no quede nadie por allí. Imposible meter más cariño en una frase.
Se recomienda llevar pistachos y pañuelos, muchos pañuelos, ahí lo dejo.