Por el puente de acceso a Mendaro, allá por marzo, los jóvenes ciclistas cadetes iban pasando a mil por hora, era el final de la primera carrera de la temporada y el pelotón llegaba más “partío” que el corazón de Alejandro Sanz
Y allí estaba yo, después de una carrera al amanecer entre Zarautz y Guetaria, y por allí también, en el coche del Cafenasa, estaba Miguel con Oscar Tarazona, testigos de la tremenda toma de contacto de las tres primaveras del equipo con las carreras de ruta.
En la línea de salida, nuestros jóvenes y nóveles ciclistas temblaban de los nervios, se situaban en una zona 3 de pulso sin comenzar a pedalear. Yo me fui con ellos, a esperar el silbato de la salida, para acompañarlos, para darles ánimos, para compartir esos nervios, para abrazarles, las cosas básicas que tiene que hacer un director de ciclismo base y que en este ciclismo de triunfitos han pasado a la historia.
Y el silbato sonó a silbato de estación, a un “viajeros al tren”, a un tren que les llevará por doscientos lugares con sus bicicletas durante los próximos cuatro años, sonó a una invitación para la suerte, como dice Silvio, y sonó a aquella canción de brazos abiertos que celebrábamos en mis carreras imposibles, vía película de “La llamada”, en la que todo siempre está a punto de empezar y el final está tan lejos que ni pensamos en él.
Los corredores salieron zumbando a merendarse la carrera, como si no hubiera un mañana, sin más estrategia que la de correr lo más rápido posible, como corresponde a su edad. Y yo me fui, café, pistachos y Diario Vasco en mano, a esperar la vuelta a la casilla de salida de la carrera.
Y en el puente, pude comprobar cómo iban terminando los ciclistas del resto de los equipos, pero ningún Cafenasa. Y allí por el final, apareció Jagoba, con unos cuantos corredores, el coche de equipo detrás, el Ertzaina bandera verde y el furgón escoba. Fin de carrera.
Yo entré en mi zona 5 habitual de emociones de las metas de ciclismo de críos, y nuevamente me pareció la llegada más emocionante de la historia. Vi claramente que Jagoba, al terminar la prueba, había ganado su carrera, comprobé que el Cafenasa seguía más vivo que nunca porque tenía tres primaveras en la meta de la salida, que es la línea y el lugar que realmente importa para medir la salud del ciclismo base. Y decidí que yo tenía que estar allí, en ese viaje trepidante que sea abría para nuestros jóvenes corredores. La temporada avanzó y comenzamos las salidas entre semana, los entrenamientos para conocer nuevos puertos, nos fuimos al Pirineo para subir La Piedra de San Martín y tirarnos desde la presa de Roncal al río, fuimos a ver carreras de Sub 23, de los junior, a lavar los coches del club, y además de todo esto, también fuimos corriendo las carreras del calendario, eso también.
Llegó Oihan, ya éramos cuatro, y seguimos nuestra progresión sobre la bicicleta con el ejemplo de Adur y de Miguel como la referencia más real de un ciclismo de progresión y felicidad, y punto. Sin nada más (y nada menos) que avanzar en la colocación en carrera, en los recorridos y los desarrollos.
La temporada acaba de llegar a su fin y ha sido un éxito total. Ahora ya vemos la meta en las carreras y la cruzamos y ya no vemos el coche escoba, cada vez vamos más rápidos sobre la bici sin perder la sonrisa. El año que viene seremos diez en el equipo. Oscar y yo nos tendremos que multiplicar para llegar a dar tantos abrazos, y los padres, los mejores de la historia, tendrán que poner un buen boté para comprar todas las palmeras de chocolate de las pastelerías del pueblo de turno.
Todo esto va de emociones y de las buenas, de progresión, de paciencia y de palmeras de chocolate, va de muchos abrazos, va de conocer sitios y de que todo vaya bien, porque nada puede ir mal sobre la bicicleta a los 15 años, nada.
Vamos a seguir así, haremos un círculo en torno a nuestros corredores, a nuestra esencia, la del Villavés, la misma que nos ha llevado a cumplir 50 años y a no dejar de abrir la puerta del club ni un solo día a cualquier crío que venga con su bicicleta.
Y la cerraremos a la banda de buitres que se quieren saltar la adolescencia poniendo los resultados en el centro del mundo, lo cirujanos de las decepciones, como dice Sabina, los que disfrazan de profesionales a cadetes y junior, pero sólo a los mejores, y se llevan por delante al resto. Personajes anclados en los ochenta y apostados en las cunetas de las carreras de base, con el “que se hagan hombres” por bandera, que van firmando saltos mortales sin red, donde si caen bien ganan, y si se estampan con 19 años, pierde el chaval, y a por el siguiente.
Por eso debemos abrazar como si fuera a un cadete temblando en la línea de salida, a los equipos de aficionados, los Sub 23, que contra viento y marea siguen formando y ofreciendo a los corredores algo tan fundamental como tiempo en forma de paciencia y años, que en algunos casos se convierte una evolución lógica y un paso a profesionales y en el resto, la mayoría, la oportunidad de seguir sonriendo con la bicicleta.
Que nadie se preocupe, que todo va bien, y mejor que va a ir, os doy permiso para no leer estos dos últimos párrafos, o mejor, para olvidarlos y para centrarnos en la primera parte del blog, la más azul, la de una temporada para la historia que me ha llevado a olvidarme (un poco) del muelle de Oceanside y recordar que en el Villavés todo está a punto de empezar.
Ahora mismo nuestra sonrisa ya está en la meta de Mendaro, ahí lo dejo.
Willow
Y para este final tan azul, le vamos a meter un acustico de Mikel Erentxun que es un disparate, en una puesta de sol en Barcelona con el temazo que anduvo rondando mi cabeza toda la adolescencia “Una calle de París”. Un tema de los comienzos de Duncan Dhu y del que ha huido el propio Mikel toda su vida. Sin embargo, a mi me sigue gustando y mucho, y así, con su Guibson en mano y el atardecer detrás, me parece insuperable.