A las 10.30 h, las tres primaveras del Cafenasa 2025, con sus recién cumplidos quince años, me esperaban en la puerta de la bajera del club, vestidos con los mismos colores que vestí yo en el siglo pasado, y que más tarde y sin saberlo, me iban a acompañar desde Italia, a Austria, pasando Suiza, Eslovenia, Francia y Estados Unidos (la vida te lleva por caminos raros, dice Quique González). Por causas y azares, esto de Silvio, me tocaba volver a mis años de entrenador y llevar el entrenamiento invernal de cadetes. Y lo fue, fue entrenamiento y fue invernal porque no paró de llover. Llovió tanto que daba igual ir de largo y con guardabarros que en bañador, igual.
Cuando llegamos de vuelta a Villava, nos dispersamos a toda leche buscando la ducha caliente, pero no todos. Uno de ellos, Iagoba, cambio la dirección en la rotonda de entrada a su casa y siguió su entrenamiento hasta Zubiri, durante una hora más. Por la tarde me dijo que estaba tan a gusto en la bicicleta que había seguido pedaleando, que ya estaba calado y le daba igual. (Lloviendo y a 5 grados, añado). A Iagoba le dije que no lo volviera hacer, que no merecía la pena, al tiempo que vi en él, la perfecta adolescencia sobre la bicicleta, la que no le hace falta mirarse los vatios ni haber ganado cinco carreras para seguir pedaleando bajo la lluvia, vi en ese momento, que nadie podía llegar a ver el horizonde final al que Iagoba llegará con su bicicleta porque lo estaba empezando desde la mejor de las opciones, la felicidad de pedalear, y nada más.
Para Iagoba, para Miguel y sus compañeros del Vizcay, para Unai, Adur y Anai allá por el Latorre y otras tantas primaveras más, apenas queda un mes para que arranque una nueva temporada. Otra página en blanco para dibujar una temporada que debe ser un éxito y depende de nosotros, familias, equipos y clubes, que así sea para los corredores, porque la historia de un crio que se acerca a un club con su bicicleta no puede tener otro final que no sea azul, como el sueño de las libélulas de Mikel Erentxun, ya sabéis. .
Por eso celebré con tanta intensidad la temporada pasada, que la terminé a lomos de un bucle de buen rollo y una necesidad de compartirlo, de intentar perpetuar esa temporada para la eternidad, de compartir el éxito de un año en el que no hizo falta levantar los brazos al cielo para triunfar. La clave que nos regaló Adur en aquel podio de Villava con Miguel Induráin a su lado.
Y a este pequeño volcán de emociones que nos viene por las carreteras, regado por kilos y kilos de pistachos, al 2025 le tenemos que añadir el 50 aniversario del C.C. Villavés, el club y el lugar de mi adolescencia, juventud e intento de madurez actual. El lugar al que volver siempre es un acierto y al que quizás vuelva en el momento que salga Miguel. Porque siempre me ha parecido que un padre tiene que salir cuando entra su hijo y volver cuando éste se va y estos años de Miguel en el Villavés me lo han confirmado de largo.
Un cumpleaños a celebrar por todo lo alto, como aquel 25 aniversario que tuvimos la suerte de vivir y de dejarlo escrito en las páginas de un libro que fue fruto del trabajo de unos entrenadores que durante quince años lo dimos todo y más y recogimos mucho más de lo que dimos. Que fue la media historia de un club histórico, que vuela del 2000 a este 2025 con la suerte de que sus protagonistas siempre son los mismos, Pepe Barruso y la juventud subida en una bicicleta, nada más. Y a su alrededor todos, ellos y nosotros, repetimos curso año tras año, porque todo tiene que ser igual siempre para que la rueda no pare de girar.
La nueva temporada debe mirar al ciclismo de antes con las ventajas y mejoras de ahora, debemos celebrar que ahora hemos cambiado el Isostar con ceregumil por la Maltodextrina y las fructosa, los frenos de zapatas por los discos, y que tenemos llantas de perfil y metemos las manetas para adentro como Renco Evenepoel, soñando que así vamos a toda leche. Y que tenemos nuevas formas de entrenamiento, más controladas, incluso más divertidas si damos con la forma adecuada.
Y debemos vivir todo esto como una palanca para ir más rápidos y seguros y felices en bici. Y no como un paso más para una especialización absurda hacia el profesionalismo, algo que nos ahorre un par de años en el objetivo imaginario de vivir de la bicicleta, porque entonces no tendrían cabida el 98 % del pelotón, el ciclismo sería una carrera para dos y los campeones estarían tristes porque no tendrían a quien ganar.
Termino. Sólo espero que este año, este nuevo amanecer del 2025, sea igual que el pasado. Que valga más una sonrisa que un vatio, que se lo pongamos un poco más fácil a los jóvenes corredores, que no haga falta “hacerse un hombre” con dieciséis años y que al final del año, Iagoba siga recto en la rotonda y pedalee hasta Zubiri, porque entonces habremos vuelto a ganar otra temporada más, y ya nos plantamos en la 51, ni tan mal.
¿Te vienes?
Willow
P.D.: Ya que las teclas se me han ido nuevamente al sueño azul de Mikel Erentxun, vamos a recuperar para la canción de hoy “Libélulas”. Temazo imprescindible y eterno para mí desde hace años, que tuvo su blog y que os lo rescato por aquí, esto ya sólo para los muy fans.
LIBÉLULAS EL SUEÑO AZUL DE UN PAR DE DISPERSOS