En medio del puente vuelvo a creer en cosas imposibles de creer hasta en el amor, cierro el paso a mi pasado.
Este es el mejor de mis días desde que puedo recordar, y no quiero pensar lo que ocurrirá mañana, sólo existe hoy y estás aquí.
Dos días llevaba en casa desde que volví del camino de Santiago Express con Joaquín Unzué, dos. Y en dos días ya estaba buscando conciertazos de Mikel Erentxun, de los buenos, los acústicos, Mikel solo con su guitarra, con su sombrero y con las cazadoras más chulas del mundo. Los conciertos que valen la pena, los conciertos imposibles, como una meta después de 1000 kilómetros en bicicleta llena de amigos.
Y dimos con uno, en Zaragoza, el mismo lunes, un conciertazo que empezaba seis horas después de encontrarlo, nada que no pudiéramos solventar Irache y yo. Porque trenes así pasan una vez en la vida, o dos, o mil veces que serán los conciertos que llevamos de Mikel.
Pero nos da igual, estamos en fuga y para poder salir de Pamplona sin que la conciencia nos atizara mucho nos prometimos que era la última salida del año, que era una sentencia tan imposible como cuando Revolver prometió “el mar” en la Villa de San Pedro en aquella noche de buen vino y de mejor compañía. Miénteme hasta hacerme feliz, ya sabéis.
De trenes va este último año, los que me han llevado camino del sur con la bicicleta y las zapatillas hasta el Cabo de Gata o el Pico Veleta, o hacia el norte, hacia Paris a toda leche, siempre era el último tren, la última salida, como el último vuelo del hombre bala al que siempre le sigue uno más, porque de los buenos tiempos siempre quiero más o eso dicen que dice Diego Torres en la canción “sueños”, porque yo no la llevo en el Spotify, de verdad, o eso creo.
Este tren acústico de Zaragoza iba a ser diferente del que nos llevó a Burgos en junio, también acústico, o unos meses antes a Tudela. El ultrafondista venido a menos vestido de vaquero, vale, como lo hago en cada concierto de Mikel Erentxun, pero esta vez el tren me iba a llevar arriba del escenario para cantar acompañado de sus acordes el temazo de “Libélulas”.
Era cuestión de tiempo que pasara. Hace cuatro años le escuché que “Libélulas” era como se sentía cuando estaba fuera de casa, aquello me pareció la cosa más chula que había escuchado en mucho tiempo y decidí que aquella idea y aquella canción fueran un himno para mí, como las Cuatro Rosas de los Gabinete para Jesús Caso, pensé que era la canción de amor más bonita de toda su carrera,
En el Campeonato de Europa de 24 horas en Eslovenia hace ya algunos años, la bicicleta dio vueltas sobre aquel circuito aburrido de 11 kilómetros mientras yo giraba en torno al Libélulas. En la Race Across América, la familia envió un video de apoyo con el tema de fondo que me explotó sobre la bicicleta.
No pasó mucho tiempo hasta que en un acústico en la azotea de un hotel en Madrid se la pedí y él me la dedicó con un “voy a cantar Libélulas, la canción que sólo nos gusta a ti y a mí”.
Y el tema ha seguido conmigo, como el eterno “Mañana”, “Vasos de Roma y Ginebra”, o “Intacto” otra declaración de amor brutal, de un amor sin fecha de caducidad.
Así que como soy ultrafondista y un pesado, en Zaragoza le volví a pedir la misma canción, "Libélulas", y como resulta que Mikel Erentxun también es disperso, como yo, se arrancó con los acordes pero se le olvidó la letra. La eternidad al portador, como dice en la canción “El tiempo de descuento”.
-¿Pero dime como empieza, que no me acuerdo?
-Ayer soñé un sueño azul…
-¿Y cómo sigue?
-¿Quieres que suba y la cante?
-¡Venga! Sube por aquí.
Diálogo de locos entre dispersos, que diría mi madre. Un tren que sólo pasa una vez en la vida, que pensé yo, una vida al borde del fin de la primera parte, vista desde los ojos de Forrest Gump, supongo, porque pensé, ya que estoy aquí podría subir y cantar.
Y me fui arriba, al escenario, sin pensarlo dos veces y me vine abajo cuando estaba allí arriba, e hice lo que pude, la historia de mi vida, supongo, que funciona a golpe de instinto, en un salto sin red y sin cierre de seguridad, un hombre en fuga.
“Esto me recuerda que a veces escribo buenas canciones”
Con esa frase de Mikel y un abrazo inolvidable cerré el círculo que comenzó en Zarautz, con mi primo Jesús, en una sala de recreativos a 25 pesetas la partida y los Duncan Dhu con su disco “Canciones” sonando sin parar, hace ya demasiados años. Círculos,
Bueno, en realidad luego hicimos un grupo de “Amigos de guardia”. Virginia, Marta, Mari Carmen, Ana, Irache y yo. Y como primer plan fue hacer guardia hasta que saliera Mikel del camerino, y le vimos, y nos hicimos unas fotos y en el camino de vuelta al hotel dimos gracias a la vida al ritmo que nos imponía la cerveza Ambar, que no me gusta, pero esa noche era la mejor del mundo.
Voy terminando. El otro día me dijo mi amigo Migueltxo que yo lo tenía fácil en la vida, porque mis planazos eran cosas sencillas, pedalear, los amaneceres y los conciertos de Mikel Erentxun. Migueltxo siempre tiene razón y a veces unas frases buenísimas.
La opción correcta es hacerlo todo como si no hubiera un mañana. El placer de pedalear me ha llevado a correr la Race Across América de 4950 kilómetros, en el mundo amaneceres ya veo sobre cuatro a la semana desde mis zapatillas. Estos dos minutos en el escenario con Mikel Erentxun me recuerdan que sigo en fuga, y en la dirección correcta, en la de subirme a todos los trenes como si no volvieran a pasar nunca. Y entonces, a veces la vida es bella. ¿O qué?.
Ahora sí termino. Os dejo con el tema de Libélulas, pero el bueno, el que se marcó Mikel con la genial Marina Iñesta y Karlos Arancegui a la batería, con ese sonido final del aleteo de una libélula que es un disparate, porque hay otro video, el mío claro, pero no lo compartiré nunca jamás en la vida, es mucho más bonito imaginarlo que verlo.
Ayer soñé un sueño azul y dentro estabas tú.
Willow
P.D.: Para los muy fans del blog y de Mikel Erentxun os dejo este enlace a una crónica del concierto. Algo está cambiando, imagino, porque por primera vez no salgo en los medios vestido de ciclista con la cara manchada de felicidad (esto también de Mikel Erentxun), en una meta dos mil kilómetros después de la salida.