En el Clio, camino de París, todo comenzó
Todavía recuerdo cuando en el 2000 me monté en el Clio con Mikel, Pili, Javier Unzué y Javier Iriberri camino de Burdeos. Los dos Javieres iban a enfrentarse a una distancia de 640 kilómetros, la que une la localidad del sur de Francia con la capital.
Los dos la completaron. Y compartieron una experiencia única, la primera.
Dieciocho años después faltan dos días para que despida a Javier antes de que coja un avión que le lleve a Estados Unidos, su primer vuelo transoceánico. Destaco lo del vuelo porque para él casi va a ser tan exigente como la prueba a la que se va a enfrentar.
Como ya sabéis lleva tiempo preparando la RAAM. ¡Quién me iba a decir a mí que un mapa de los United States of America iba a ocupar la pared principal de nuestro salón!
En esta ocasión, no le acompañaré. Y esta es una de la penas más grandes que siento, no poder estar en la meta para darle un fuerte abrazo, pero se lo daré cuando vuelva, se vaya o cuando me apetezca hacerlo. No estaré allí físicamente aunque está claro que todo mi (nuestro) apoyo lo va a tener, como así ha sido en la montaña rusa que está viviendo para prepararla, porque para él, sin nosotros, todo esto no tiene sentido.
Si lo pienso con frialdad, no poder estar en Oceanside o Annapolis resulta secundario. Él va a estar muy bien acompañado. Se ha preocupado de rodearse de gente, amigos, que va a hacer todo lo que está en sus manos para lograr lo que se han propuesto. Esta es una de las grandezas que explican cómo Javier entiende este tipo de proyectos. No se los imagina de otra forma que no sea junto a gente que va a sentir o experimentar lo mismo que él.
Y en estos dieciocho años no todo han sido kilómetros y kilómetros sobre la bicicleta, ni mucho menos. De hecho, nuestro hijo Miguel sabe, sin casi margen de error, situar en ese mapa de la pared de nuestro salón cada una de las "time station" de los 4.800 kilómetros.
A Javier también le ha dado tiempo de formar una familia, y de involucrarla al cien por cien en todo aquello que hace. Miguel e Iciar, desde bebés, se han familiarizado con el hecho de que el pasillo de su casa esté plagado de bicicletas. Y sortean con soltura los incómodos manillares.
Javier ha normalizado en casa tanto lo que hace que, pese a valorar lo que su papá realiza, Miguel e Iciar no le ven como un "crack". Me explico. Para ellos, es un papá normal, el que les acompaña al cole, al monte, a la playa, les prepara la cena o les ayuda con las tareas. Pero ver la carica de emoción con la que le recibieron en la meta de Saint Georgen im Attergau es difícil de olvidar.
Y ahora se va a Estados Unidos. Dice que será la última, pero esto lo hemos escuchado varias veces ya, ¿verdad, Cano? No nos importa si es la última o no. Decida lo que decida estaremos con él.
¡VAMOOOOOS!