Octubre suele ser el mes de descanso de la temporada. No me digáis por qué, pero ha sido así desde siempre, igual es la costumbre generalizada de copiar todo lo que hacen los profesionales, no lo sé. Lo comentaba el otro día con el bueno de Ioseba de Sarribikes. Hablábamos de los días buenos que me estaba perdiendo y cómo en noviembre iba directamente al rodillo por la lluvia. En fin, algún año habrá que cambiar todo esto. El caso es que desde hace un par de años se me hace cuesta arriba estar un mes sin hacer nada y como dice mi vecino cuando me ve salir a mover el esqueleto, me suelo "engañar" con paseos de MTB y pequeñas salidas a correr a toda pastilla.
Aunque simplemente pasar los días sin tener que seguir un entrenamiento, o ponerte el despertador en cuanto amanece (o antes), o prepararte las ropas y comidas de víspera para no meter ruido en casa al salir, son cosas que ya te hacen desconectar, relajarte y descansar.
No sé si el haber terminado una temporada tan especial y chula como ésta, hace que esté viviendo estos días con mucha calma. Deberían ser semanas de preparar el 2017, de mover el dossier para buscar las ayudas de cara a que la prueba del año siguiente sea de Copa del Mundo y sea nueva e incierta en su resultado y me motive tanto como para empezar el día 1 de noviembre como un cohete.
Sin embargo, me dedico a hacer cosas diferentes, deportes que no domino en absoluto como correr o la bici de monte y a hacer cuantos menos "recados" mejor. A todo esto le acompaña el punto de bajón que te da los meses tan intensos pasados. Es una necesidad de parar para poder tomar impulso. Es una sensación rara, algo que no me había pasado ningún año porque ningún año había sido como éste.
El sábado nos fuimos Mikel Baráibar, Óscar Morales y yo a dar una vuelta por el Valle del Roncal que parte de Vidángoz, donde me he pegado unos cuantos veranos de mi infancia y terrible adolescencia. No es un recorrido casual, no. En 1997, mi amigo Miguel Grávalos y yo nos llevamos al pequeño Baráibar (por entonces en categoría infantil) a dar aquella vuelta. Ayer volvimos a recordar el viento que tiraba de la bici a Mikel, arriba junto a Santa Bárbara, los mazapanes que nos preparó Maryan Armendariz para la ruta o la subida de azúcar que le atizó a Mikel ascendiendo San Juan antes de bajar a Vidángoz.
Efectivamente, los veinte añicos que han pasado han hecho que fuera Mikel el encargado ayer de animarnos a Óscar y a mí en los caminos de piedra suelta y que pasase largos ratos esperándonos en las bajadas.
El viaje de vuelta lo dedicamos a recordar aquellas primeras salidas en bici de monte. Las primeras fueron al vaso de Zolina, luego ya vendría la sierra de Tajonar, San Cristóbal o los altos de Goñi. Y como el viaje es largo nos dio tiempo a dar un repaso a las excursiones que años más tarde hicimos por el alto Pirineo: Sarradets, el Tayllon, Gabarnie, Ordesa, Monte Perdido, La Gran Facha..... bueno en realidad aquí el repaso nos lo dio Óscar Morales que con los scout se ha hecho todos estos y muchos más.
Fueron grandes años, grandes conquistas por qué no. La primera vez que conquistamos el vaso de Zolina la celebramos con un abrazo tan grande como el que nos dimos en Tarifa este año, 1.000 kilómetros y 45 horas después de salir de Gijón. Visto ahora creo que el éxito de encadenar una excursión, con otra y de allí a las pruebas ciclistas ha sido que ninguna ha tenido un final seguro y cierto cuando las empezábamos.
Esta mañana, he vuelto a ir al vaso de Zolina, con los colores de "Cafenasa" como hace veinte años, acompañado de Miguel, mi hijo, vestido de "Pescadería Olaverri", como lo hizo Mikel aquella vez. Con sus 9 años, hemos celebrado con un abrazo y un bocata la conquista del vaso de Zolina. Ha sido una gran excursión, lo hemos dado todo y nos hemos quedado tan a gusto que ya queremos salir para hacer otra diferente y a ver qué pasa!
Es como la rueda del vídeo de Cano, que no para de girar, aunque ciertamente espero no tener que abrazar a mi hijo en Tarifa.
FOTO: LA CONQUISTA DEL VASO DE ZOLINA