La L de Salou andaba sin brillo, como apagada, dando pena a la tristeza, imagino que esperaba la llegada de Maria con su MMR feliz de la vida, con unos temazos de “Arde Bogotá”, o qué se yo, y no fue así. Al cartelón de Salou sólo llegué yo, con mis temazos, sí, y feliz de la vida, también, pero no es lo mismo, lo sé. María hace que la costa Dorada sea más Dorada todavía y que el fotón de final de fuga sea eso, un fotón, con el mar y el espigón de nuestra playa infantil de Capellanes al fondo y los brazos abiertos, como aquella canción de Presuntos Implicados que fue un himno en algunos años de mi época de hombre bala.
Pero hubo fotón, vaya que si lo hubo, allí en Salou y en cada cartel de cambio de comunidad, también en el amanecer eterno por Erla, en las rectas de Ballobar que son nuestro Kansas particular, y en el puente de Flix. Todo es igual siempre. La zona de confort, donde todo lo que se ama sigue igual, y donde la opción buena es no salir de ella, porque si algo te hace feliz repítelo como si no hubiera un mañana y manda a la mierda a la banda de Coach, influencers y patrañas varias donde lo guay es salir de la zona de confort, como si no nos sacara la vida de ella cada lunes y sin pedir permiso. Sabios que no saben nada.
Fuga express, con un guion hecho, marcado, de éxito seguro, como un cañón con Cano en el chinico, o un entrenamiento con los cadetes en busca de un sueño y palmeras de chocolate. Como la llegada a cualquier meta de Miguel después de tres horas de carrera. Algo sencillo pero eterno. Algo que debemos celebrar siempre.
En mi pequeña travesía hacia el mediterráneo con final seguro, me acordé de mi primer Camino de Santiago, allá por el 2007, creo, donde no tenía claro si iba llegar a Sahagún o Ponferrada, y me acorde de aquel espíritu hecha frase que solíamos escribir “la felicidad necesita de un futuro incierto”. Otros paisajes, otros tiempos. Y me acordé del desastre que fue volver al camino en el 2020, cuando era capaz de llegar a Santiago y volver a Pamplona sin sorpresas. Recuerdo llamarle a Irache desde el bar habitual en la salida de Burgos y comentarle que iba bien pero aburrido, que ya que estaba tiraría hasta Santiago y punto. El futuro ya no era incierto y yo seguía siendo joven, imagino.
Pero ahora, cinco años después, mi vida ya no sale de Salou, Santiago y Peñiscola y soy feliz, creo. Y no quiero salir de allí, no quiero conocer nada nuevo y lo siguiente que pienso hacer este verano es volver a dormir en el refugio de Sarradets y llegar a la Brecha de Roland, y nada más, porque para llegar a la cima del Taillon hay que pasar por el dedo de la Brecha y su pequeña escupidera, y para eso ya tendría que salir de la zona de confort, y paso.
Y en este camino de regreso interminable hacia las cosas más chulas de la vida, el próximo sábado día 3 de mayo, mi vida vuelve al volante del coche del Cafenasa / C.C. Villavés, un día que vuelve después de quince años, y que vuelve para quedarse como dicen ahora, y para hacerme temblar de emoción. Un día para celebrar que todo lo que se ama sigue igual, ya sabéis. La vuelta a la casilla de salida de la más pura adolescencia y juventud, donde no había rastro del hombre bala y cada fin de semana ganábamos las carreras porque siempre volvíamos felices.
Jamás pensamos en ser nada más que jóvenes. (LA M.O.D.A.)
Así que carta blanca, pasaporte y poco más que añadir.
Estas últimas semanas dos temazos me han explotado mi ochentero Spotify. Uno es “Carta urgente” de Rosana y Abel Pintos, una melodía de éxito seguro, con un guitarreo acústico que me encanta y un par de frases buenísimas. Y el otro, el que os dejo por aquí como despedida habitual del post, es un viejo conocido de los ochenta “Todas las flores”, en la versión de la película “La llamada”, con Anna Castillo y Belén Cuesta, esa era nuestra versión. No da para mucho la canción, sin embargo se convirtió en un himno de nuestras carreras de Ultrafondo en el último año, el 2019, porque éramos tan buenos que cada carrera tenía una canción y ésta fue la de la Race Across Italy y la de el Tor Tour de Suiza, porque eso de “la canción de brazos abiertos” y “encontrar el camino dentro de tus ojos”, eso es eterno. Me trae unos recuerdos buenísimos, de felicidad plena en medio de la tempestad que eran esas pruebas.
Y ahora que vuelvo a repasar este blog antes de colgarlo, para que mi viejo no me saque faltas, me doy cuenta que quizás no haya salido de la zona de confort en toda mi vida, porque por más que haya ido buscando el “más difícil todavía”, nunca me ha faltado un abrazo, una canción y un lugar chulo al que volver.
Willow