Cuando Iciar y Miguel le preguntan a mi madre sobre mi tormentoso paso por el colegio, la abuelica, que me quiere mucho, les contesta con un “vuestro padre era disperso”, y ahí lo deja, colgando, con el firme deseo de que la conversación vaya por otros derroteros, no sé, algo de mis carreras imposibles o de la adolescencia por Zarautz, lo que sea con tal de no tener que dar más explicaciones. Mejor no empezar algo que va a terminar muy mal. Como el poema que prometió Sabina que “terminaba tan triste que nunca lo pude empezar”.
No hay duda de que mi madre me quiere mucho, porque entre disperso y cabronazo esta eso, el amor de madre, incondicional, verdadero y eterno. Como algo bueno que siempre va a empezar, un lugar al que volver siempre es un acierto, como al Villavés, una meta llena de amigos o un viento a favor hasta el mediterráneo. Es el instante que logra sortear el tiempo y durar una eternidad, como la canción.
Perdón, soy disperso, está claro, pero me centro, al tema.
El caso es que hace un par de semanas, en una pequeña salida con María y nuestras bicicletas, al pasar por Errotz, mi mente dispersa volvió hacia el puente de Urrizola y su intento, eterno también, de volarlo por los aires para impedir el paso de la próxima Vuelta Ciclista a Pamplona, y entonces, casi un año después, me di cuenta que el puente de Urrizola no es de Urrizola si no de Errotz, es el puente de Errotz.
Que en realidad, tampoco cambia mucho la película, pero bueno, desde aquí pido perdón a la gente de Urrizola, por haber dado la matraca todo un año sobre el puente del pueblo vecino, problemas de ser disperso que la gente de Urrizola, al leer este post, entenderán y sabrán perdonarme.
Y el puente tiene su encanto, aunque estemos barajando volarlo por los aires, lo que no tiene su encanto y su sentido es meter a un pelotón de 150 juveniles a los pocos kilómetros de la salida. Un puente estrechísimo con un petril a cada lado que apenas levanta el medio metro de altura, que sale a un cuestón hasta Urrizola, ahora sí, con su posterior bajada peligrosa que lleva directa a la carretera principal que habían abandonado en Errotz. ¿Y para qué?
Al final, el año pasado del puente salieron todos, por suerte, como de la cuesta y su bajada, yo creo que salieron igual, más cansados, pero igual de adolescentes. Ese desvío no les hizo más hombres, que va, ni siquiera sirvió para subir el nivel de los corredores, tan solo fue un momento de estrés, un buen calentón y un buen puñado de boletos para el sorteo del piñazo de turno. La etapa creo que la ganó Urkaregui, un gallo y la vuelta Hector Álvarez, ahora del Lidl Treck.
Con puente o sin puente, con 1.000 metros de desnivel o 3.000, el resultado de la carrera iba a ser el mismo, porque en un pelotón juvenil conviven tantos corredores como tipo de prestaciones sobre la bicicleta, la selección natural viene en la siguiente categoría, la sub 23, y ya, el ciclismo para cuatro, es el profesional. Por lo tanto, los recorridos en el ciclismo base no suelen ser determinantes en cuanto a la clasificación final, sin embargo, deben mirar a la participación y no a la selección, y es mucho más interesante que detrás de Hector Alvarez se clasifiquen cuantos más corredores mejor. Por eso, nuestro pequeño puente de Errotz, ahora sí, no tiene ningún sentido.
Lo dejamos por aquí, solo quería anotar que el puente de Urrizola no es de Urrizola, si no de Errotz, y que mi madre me quiere un montón y yo a ella, que cuanta razón tiene Cano cuando eleva hasta la cima del Tourmalet la paciencia de la abuelica para aguantar a tanto Iriberri. Y que sigo mirando a todo el ciclismo base con admiración y una firme decisión de ayudarles hasta el infinito, para que cada fin de semana con su bicicleta sea un éxito, como lo hacía con veinticinco años, pues ahora, que ya tengo treinta, lo mismo.
Willow