Dentro de los elementos incómodos para la práctica del ciclismo, hay uno que odio especialmente: la lluvia. Bueno, en realidad no es buena compañera para ninguna actividad.
La sensación desagradable cuando el agua se va metiendo en las zapatillas, el culote te va pesando cada vez más. El cuerpo se va quedando frío, ya no calienta como debe y la musculatura se resiente. Quieres ir más rápido y, sin embargo, vas más despacio. Todo eso unido a lo que te queda por delante en bici para mí es un cocktail letal.
En el entrenamiento diario, ni me planteo salir de casa lloviendo. Entonces, tengo dos elementos fundamentales de ejercicio bajo techo: el rodillo y los acústicos de Mikel Erentxun.
Como en otras facetas de la bici, también en el tema rodillo he ido evolucionando, aunque no tengo seguro que la evolución haya sido hacia una mejora o hacia una pérdida del norte. Os cuento.
Al principio, mis sesiones eran de 50 minutos, pero luego, poco a poco, fueron aumentando hasta llegar algún domingo lluvioso a las 3 horas. En el 2012, preparando las 1001 miglia en Italia, llegué a realizar sesiones de 4 horas, y no pocas. Y bien a gusto. Va! Siguiente año y siguiente vuelta de tuerca cuando Julián Sanz me invitó a unas pruebas de 12 horas en rodillo en Bilbao. Yo formaba parte de un equipo mixto con la magnífica Ziortza Villa y competíamos contra otros equipos de varios corredores. Julián lo hacía solo. ¡Bufff, qué manera de endorfinar!
El rodillo normalmente no se lleva bien con el vecindario si haces sesiones antes de ir a trabajar. Hace un par de años, en mi anterior casa, la administradora de la comunidad puso un papel en el portal que decía lo siguiente:
“Se han recibido quejas por el ruido que provoca un aparato eléctrico no identificado y que se pone en marcha a las 6 de la mañana, rogamos respeten la normativa que prohíbe entre las 22.00 h y las 8.00 h…………”
No me hizo falta darle muchas vueltas para saber que el aparato eléctrico éramos el rodillo y yo. Así que fui enviado al frío trastero a esas horas. Pero aprendí, y este año estrenamos casa y rodillo en condiciones. Uno que no tiene rozamiento, sin rueda trasera. Se coloca sobre un núcleo estanco con resistencia de aceite: un Elite Turbo Muin. Mano de Santo, adiós al ruido. Además, es mucho más real en cuanto a la pedalada y no deja tanta factura muscular. Por cierto, para estrenarlo, me encerré con él durante 6 horas en la cocina, para tener un primer contacto fuerte, lo que ahora llaman un feed back, pero a lo grande.
Un consejo, para evitar la monotonía, música y prensa y para evitar la fatiga muscular, metedle a la sesión unas series no muy largas, sobre los 3 o 5 minutos intercalando ratos suaves y unos buenos progresivos con mucha cadencia y acabando a tope, 10 repeticiones de 30 segundos con otros 30 segundos de descanso. En mi caso, funciona.
Y ahora una batallita con la lluvia. En mi último Camino de Santiago sin parar, fui librando como pude la lluvia desde que entré en tierras castellanas. Como lo hice sin asistencia, los compañeros cicloturistas de Iruñako, que lo estaban haciendo en varias etapas, me dejaron una mochila de Ultra trails con todo listo para una buena calada en Sahagún. La previsiones eran de agua sí o sí. Allí llegué al final de la tarde cagándome en todo por el fuerte viento en contra que llevaba desde Logroño. Cargué la mochila y seguí adelante. En esas andaba cuando al coronar O Cebreiro, en plena noche, bajó la temperatura a 5 grados y comenzó a llover con fuerza. Allí estaban los peregrinos que comenzaban de noche la etapa vestidos de verano, de agosto, las escenas eran dantescas. La Guardía Civil impedía que emprendieran la marcha y repartía mantas térmicas entre los que ya estaban tiritando. A mí, también me pararon, vieron las 40 capas que llevaba y me dejaron seguir, claro que no les dije de donde venía, igual entonces me habrían parado pero bien. Y así, llueve que te llueve y con la ayuda de los cicloturistas de Iruñako, con el bueno de Txomin Zugasti a la cabeza llegué a Santiago.
Una de las aventuras más duras que recuerdo y también más satisfactorias, un camino especial al hacerlo sin asistencia, con viento en contra durante todo el rato para pasar a la lluvia y llegar a Santiago.
¡Venga, todos al rodillo!