Jamás se ha visto a nadie remontar con tanta gracia el tramo vertical que va desde la estación de Astún al Ibon Escalar, como lo hicimos mi sobrino Juan y yo el martes pasado, para envidia de esquiadores alpinos, de travesía, sarrios, marmotas y princesas varias que andaban por allí.
A Juan sólo le hizo falta calzarse sus botas de Instagramer y a mí las de mi hija Iciar, más unas raquetas, dos bastones y toda la ropa del Sky Team que tengo en el armario, y centrarme en no mirar hacia abajo y seguir la huella de mi sobrino mayor, que como buen hijo de su padre, Miguel, Miguelín para el mundo escolar, no paraba de decirme que quedaban 10 minutos y que habíamos pasado lo peor. Y que no era más que estar en bici subiendo Marcalain, por más que en mi cabeza andábamos por el Stelvio.
Gen Iriberri 100 %, que dice mi amiga Izaskun, pero del Iriberri bueno, del que mola, en el que las tormentas duran 5 minutos y las noches son cálidas y confortables a la luz de las estrellas desde una borda en el roncal o de las farolas, como la canción de Mikel Erentxun, desde el atrio de una iglesia por Soria o donde les lleve la brújula de Jack Sparrow que llevan de serie.
Por eso Juan se presentó a nuestra fuga al pirineo sin bocadillo y sin agua y con una lista ochentera de Spotify para la furgo tremenda, es decir, con las cosas que realmente hacen falta cuando tienes por delante un día azul y veinte años. Y yo, contra todo pronóstico, puse la cordura a semejante despropósito con dos manzanas, dos pinchos de tortilla y mi botellín de Club Ciclista Portimayor de Fustiñana, el botellín viajero, el que viaja conmigo desde el 2019.
La fuga fue una gran fuga, un cielo azul brutal, unas vistas circulares hacia Francia y España, con el imponente Midi D Ossau y un montón de picos pirenaicos a los que Juanico les fue poniendo nombre y apellidos. Una excursión llena de anécdotas y fotos, muchas fotos y unos ibones helados sin libélulas, que no recordaba haber visto nunca. Y en los que, por un momento, vi paseando mi vida por encima de ellos, probando el grosor y la resistencia del hielo, una propuesta de mi sobrino saltarín, que hace algunos años habría aceptado a la primera, pero a estas alturas del partido rechacé sin pensarlo, es lo que tiene jugar en la segunda parte de la vida, ya sabéis.
“A veces vuelvo a vivir cuando éramos ayer”.
Días urgentes que no van a más pero de los que sales muy venido arriba, aunque no le vimos a la princesa Leonor, que según mi Diario Vasco y una periodista influencer de TVE1, debía andar por allí, formándose en temas militares de montaña, porque hace algunas semanas debió prometer servicio a España ya de por vida, como Adanero y Sayas, en un acto que me pareció fuera de lugar y de siglo, pero bueno, me cae bien la princesa, es agradable la chica, y tampoco le va a hacer falta ponerle mucho empeño al asunto como a los dos innombrables nombrados hace dos líneas, ésta ya viene con escaño de por vida, sin duda una ventaja en estos tiempos.
Voy terminando, el domingo volví al Victoria Eugenia de San Sebastián, mi cuarto concierto de Mikel Erentxun en el teatro de su vida, que se ha convertido en su sala de estar, donde allá por el año 1999 se encerró tres noches para regalarnos el himno de la RAAM 2018 en aquella versión de “A pleno sol”. El mismo en el que escuché por primera vez su cuento de las Libélulas en los lagos helados y en el que grabó el video de “El hombre que hay en mí” de su mejor disco, “Corazones”.
Esta vez fue la presentación de “Septiembre”, un disco escrito a piano y corazón, unas melodías que cada vez suenan más redondas, algunos temas que ya anticipamos en anteriores blogs y otros que voy descubriendo a medida que le voy dando vueltas y más vueltas al disco. Porque por “Septiembre” uno puede bucear ratos infinitos.
Conciertazo como siempre, entrega total con su banda, con una Mariña Iñesta que me parece lo mejor del mundo sobre el escenario, con sus pequeños guiños a tiempos pasados vía “Rara vez”, “El mejor de mis días” o la versión eterna en acústico de “Veneno”. Un concierto de los que al salir tienes que darle dos vueltas a coger el coche y volver a Pamplona o ir al Peina de los vientos y saltar al mar sin salvavidas, para escribir un final perfecto y feliz a tu vida y hacer punto final, como en “Cartas de amor”.
Contra todo pronóstico, el temazo de hoy no pertenece a “Septiembre” si no a “El Duelo” el último albúm de Duncan Dhu, un homenaje a Juan, el sobrino que sube las paredes más verticales del mundo de mi imaginación sin raquetas ni crampones, el que me lleva al collado de los monjes para ver un océano de montes nevados, para envidia de su hermano Xabi y mi hijo Miguel, que nos intentaban contraprogramar a base de whatssas tan chungos como una rueda de prensa de Ramón Alzórriz vendiendo pulpo como animal de compañía.
Porque si los mocasines de Sayas y Adanero tuvieron su blog y varias réplicas más, las americanas del colega socialista están pidiendo a gritos su propio espacio, ¿o qué?
“Las penas llegan, las flechas vuelan, la vida avanza con el labio partido”.
Willow