Esta noche en nuestro Chinico de referencia de Lezkairu tenemos un evento que se va consolidando año a año. Un fiestón que organizamos mi “muy mejor amigo” Cano y yo, abierto al mundo al que, por alguna razón que no alcanzo a entender, sólo acudimos nosotros dos.
Le llamamos “La fiesta del Cierzo” y la celebramos el último día de cada ola de calor. El plan es sencillo, consiste en juntarnos en la terraza del Saturnian y meternos unos cañones express con unas aceitunas comentando un poco la semana laboral, la actualidad ciclista y acompañar la última ronda con unos buenos planes que nunca vamos a cumplir.
En realidad es lo que hacemos una vez por semana los dos, pero los días de “Fiesta del Cierzo” son como muy chulos. Cano me cuenta cómo se encuentra su Audi negro a las puertas de su trabajo en Peralta (Arizona en estos días) cuando termina su jornada laboral, y yo le pongo al día de la vida en nuestro salón (también Arizona), con un ventanal de arriba a abajo que funciona como el mejor de los radiadores solares, sostenibles y de coste 0, que los colegas de la constructora Adania nos vendieron. Sin duda el punto fuerte de la casa, junto con el cuarto de bicis de metro y medio cuadrado que se sitúa en el portal, pero eso ya es otra historia.
También le pienso contar como he llegado cada día en bicicleta hasta Urtasun, con Juan Unzué, a 42 grados según su Garmin y a 55 si miramos la temperatura en el termómetro del Gau Txori. Pero Cano no se quedará ahí escuchando sin más, no no. Me juego otro cañón a que ha salido alguna noche a dormir a la terraza de su casa, que no sería la primera vez, harto ya de estar harto, como Serrat en su canción “Vangabundear”, o quizás tenga alguna anécdota del Gimnasio del Club Natación, o mejor, que se la invente, que realmente a mí me iba a dar igual si es buena, ya sabéis eso de que “la realidad no te estropee una buena historia”, que es lo que debió pensar Alberto Contador cuando dio positivo en el Tour de Francia y le pasó el muerto al carnicero de Irún, y a freir churros, o chuletones, o qué se yo, pero la historia fue buenísima.¡Grande Alberto, muy grande!
Por cierto, para ola de calor la del presidente ese de fútbol, el tal Rubiales el día de la final de futbol femenino, le dio un subidón bueno, habría necesitado el chaleco de hielo que llevé a la RAAM y un par de dedos de frente que parece que no los tiene. No conocía al sujeto en cuestión pero estas noches de insomnio a 30 grados, comentaron en la radio una lista tan larga como turbia y chunga de asuntos en los que había tenido que dar explicaciones. Un crack el tipo, muy representativo del deporte que preside, en el que bajo el paraguas del “sentimiento de unos colores” se justifican absolutamente todo cada domingo. Si en algún deporte pretenden dar normalidad al pico del jefe a la deportista por el éxito conseguido en pleno palco, sin duda, ese es el fútbol.
Y como me importa bien poco ese deporte, me vuelvo a centrar en la ola de calor, que ha llegado para despedir el verano, para darnos paso a Septiembre, con mayúsculas, que es como se llama el nuevo disco de Mikel Erentxun, porque septiembre es un mes de contrastes, dice Mikel, de mareas vivas en el cantábrico, de tormentas y de sol, despedidas y bienvenidas y del final de un verano adolescente que mira aburrido y aterrado al otoño que se lo va a llevar por delante.
Y a mí todo esto me parece lo más bonito del mundo y me parece que nací en un gran mes y que este Septiembre con mayúsculas, nos va a traer grandes momentos y como adelanto os dejo con “Oh Siena” temazo que le dedica a su hija, como una réplica perfecta de aquella canción de “Ojos de miel” del disco Corazones, que me acompañaba en el final de las carreras.
Willow