“Darle la vuelta al cuerpo; blog de un ciclista de ultrafondo”

LA LUZ DE LAURA

Laura, la bandera del Phelan por aquí en Navarra, iluminó de verde entre doscientos y cuatrocientos edificios la pasada noche del sábado, de locos, y quizás me quede corto. Porque me los empezó a contar y perdí la cuenta, a pesar de que le puse todo el interés del mundo, os lo prometo, yo le atendí todo centrado pero me fue imposible. Que luego dice mi madre que soy disperso, y añade Irache que no me entero de las cosas. En fin.
Pero llevar la cuenta de la ilusión de Laura cuando celebra el día del Phelan McDermid es bastante difícil, como del resto de familias y de amigos que durante todo el año y en especial el 22 de octubre, se visten (nos vestimos), felices con las camisetas que llevan a los héroes sin cierre de seguridad que apuntan al corazón.

El mundo Phelan es un gran lugar, complicado a veces, con sus dudas e incertidumbres seguro, pero es un lugar de encuentro, de compartir, y de mirar hacia delante, de caminar, de avanzar, es un gran lugar que lo hacen cada día mejor las familias de todas estas personas que llevan antifaz y capa por la vida y que no se rinden jamás.

Y en ese mundo está Juli y está Sergio, y estoy yo desde hace unos cuatro años, a mil millas de los dos, pero con muchas camisetas de Phelan para correr por todos los sitios y las llamadas tan ilimitadas como las ganas de ponernos al día cada semana.

Así que la camiseta viajera seguirá conmigo en muchas fugas más, para conectar Paris, Santiago, Cambrils o Barcelona con Cabra, con Juli y Sergio, con Laura, con Daniela, con Coro, mi nueva amiga del Phelan en San Sebastián, con Uxue, con la carrera que lleva su nombre allá en Usúrbil, y con Goyo, que nos dejó sin Vuelta Ciclista a Guipuzcoa a Zandio y a mí, allá por el año 1995, para su sonrisa y la de Haimar Zubeldia, porque Phelan cuando conecta no se anda con tonterías, conecta de verdad y casi 30 años después le pongo cara en un evento Phelan, al director deportivo que terminó con las ilusiones del Cafenasa / Villavés, pero casi no le guardo rencor…casi. Tranquilos, esto ya es otra historia, aunque prometo contarla.

Se trata de dar visibilidad, está claro, de hacer justo lo necesario, pero es un concepto tan grande que creo debe empezar por algo muy pequeño, y disfrutar de cada paso, de cada foto, de cada sonrisa y de cada encuentro, de compartir, de regalar y luego ya veremos. En esa idea se mueven las familias Phelan, esa es la idea que transmiten y que me parece un acierto.

Pues nada, amigos del blog venido a menos, unas letras corticas, urgentes, sin mucho sentido y con mucho cariño, algo rápido, infinitamente más pequeño que la luz de Laura, un blog sin rastro de bicicletas, ni de zapatillas, sólo quería compartir todo esto, que es un poco más difícil que explicar la Race Across América o un conciertazo de Mikel Erentxun, creo, pero lo tenía que intentar.

Al fin y al cabo soy un ultrafondista venido a menos y bastante pesado, y ahora que la vida ya no me pone un dorsal en Austria ni en Eslovenia, pues yo me pongo una camiseta verde Phelan y me voy a las murallas de Pamplona, y tan feliz, aunque Goyo me recuerde que no hay palabras de consuelo en la derrota de aquella Vuelta a Guipuzcoa, ¡maldita sea!

Willow.

Para el temazo de hoy vamos a recuperar un clásico de Mikel Erentxun, grabada en los balcones infinitos de Igueldo,  la canción con la letra más azul que conozco, porque aquello de “siempre queda la mañana, la mañana de mañana, junto a ti”, eso es eterno, como el color verde Phelan.  ¿O qué?