Hace cuatro años estaba paseando por el muelle de Oceanside con el equipo de apoyo, pensando que sería de mi vida en el viaje a través de América que íbamos a emprender horas después.
El 12 de junio puede quedar como esas canciones de La Oreja de Van Gogh que giran en torno a fechas que son recuerdos, cumpleaños, fiestas y hasta tragedias, como la del 11 de marzo. Por suerte, lo que empezó el 12 de junio en la costa del Pacífico, conseguimos terminarlo el 24 del mismo mes, en el otro océano, el atlántico, porque el cumpleaños de Marta Martín se merecía una celebración por todo lo alto, aunque acabamos encerrados en la habitación de un hotel, los siete insensatos con 32 Budweyser, porque queríamos seguir juntos un día más o toda la vida, no lo teníamos claro.
Han pasado cuatro años, el primero sólo pensaba en volver, como la canción de Duncan Dhu, el segundo vi que ya era imposible, que todo había pasado y ya nada volvería a ser tan intenso como todo aquello. El tercero comprendí que tampoco tendría la determinación que tuve para poder pedalear 21 horas y descansar 3, durante 11 días, levantándome de todas las zancadillas que la carrera nos iba poniendo.
En este último, el cuarto, parte de mi vida sigue girando en torno al muelle de Oceanside, a la mañana que salí con Perdi a entrenar allí y lo vi delante de mí, después de haberlo visto doscientas veces en fotos. Fue la mañana que por fin me sentí ya corredor de la RAAM y fue un momento que sigue intacto en el tiempo, también como la canción de Mikel Erentxun, y que me unió a Perdi para siempre. Creo que es lo más bonito que he visto nunca y que nunca volveré a ver, que es lo más triste del mundo.
La RAAM fue una salvajada, así de simple, como su entrenamiento, como lo fueron las carreras anteriores y la serie de brevets hasta llegar allí. Fueron años en los que me centré en la bicicleta, en la distancia y el tiempo y no pensaba en nada más. Jornadas y carreras que ocupaban toda mi atención, días urgentes pedaleando con la luna a cuestas y a pleno sol. Como un reseteo de la vida, un salto mortal con doble tirabuzón y sin red y lleno de amigos y cada año un poco más difícil, un poco más lejos, nada era suficiente.
Y ahora, cuando miro hacia atrás, veo dos partes de mi vida y veo que toda esta locura del ultrafondo ha borrado la primera parte de tormentosa de adolescencia y juventud. Tengo perfectamente claro cada jornada de cada carrera y me empiezan a fallar los recuerdos de hace 25 años. Y pienso que quizás haya conseguido pedalear rápido y lejos y por fin haya dejado el pasado atrás. Pero ni eso lo tengo claro.
Y de la RAAM recuerdo a Arantxa, Xabitxu, Oscar, Perdi, Marta y Asier y recuerdo estuvimos juntos todo el año y que con ellos, me sentí como un profesional y hasta bueno. Y creo que fue un acierto no repetir la carrera una segunda vez, aunque fue duro no hacerlo, porque fue abandonar una historia cuando está en su mejor momento, una decisión correcta y muy difícil.
La vida sigue, y siguen los retos solidarios de Adolfo, como el que me va a llevar dentro de dos semanas de Toledo a Gijón, y siguen mis fugas y los amaneceres, y tengo a mi amigo Santiago a 780 kilómetros de casa, y la otra dirección está el Mediterráneo de Serrat. Miguel, mi hijo, ha empezado a andar en bici como su padre, de forma obsesiva, y está devorando kilómetros con una sonrisa como hace tiempo que no le veía. Así que podría decirse que todo va bien (una saludo LODVG).
Ahora veo el muelle de Oceanside y creo que después de llegar hasta el final, volver sobre nuestros pasos hasta la playa fue lo correcto. Porque durante mucho tiempo pensé que tenía que haber saltado de allí y ser pasto de los tiburones, que era un buen final para el hombre bala, aunque con el equipo de apoyo que llevaba, fijo que se habrían tirado a por mí, para indicarme el camino correcto hacia Annapolis (Washington).
Y encima Perdi es socorrista, ya no soy dueño ni del final de la historia.
Willow.
Gracias Irache, Arantxa, Asier, Oscar, Marta, Xabitxu y Perdi, os quiero muchísimo, lo hicimos muy bien y fuimos muy felices, hasta cuando nos enfadamos, porque eran los enfados más chulos del mundo. Y por vosotros y para este cuarto aniversario de nuestra pequeña RAAM, recupero “Intacto”, que es la banda sonora de las cosas más bonitas que me han pasado y que siguen conmigo para la eternidad….o hasta que se me olviden, claro.