Estamos en Barcelona, una fuga de cuatro días a pleno sol, llena de amaneceres, zapatillas y bicicletas. La cuenta atrás del Ad Blue de la furgoneta ya marca 800 kilómetros. (si no sabes de qué estoy hablando es que no eres fan del blog). Y el mediterráneo está más azul que aquél Pacifico que conocí en Oceanside.
Aquí las Guibson de Mikel Erentxun y Pablo Benegas suenan como nunca por la Barceloneta, con el sol saliendo en la línea más infinita del mar, donde imagino que debe estar Estambul, o eso dice Serrat. Irache va inmortalizando todo, tiene efecto belleza en su móvil y una paciencia a prueba de desiertos. Y yo necesito material para el Instagram y para darle los buenos días a mi amigo Migueltxo con un fotón del amanecer acompañado de un “vete a la mierda”.
El plan es el siguiente: hacer lo que nos dé la gana estos días, punto. Los críos ya van cumpliendo años y yo estoy en plena adolescencia, así que nada de ir al Maremagnum a ver tiburones, que te clavan 40 euros por persona, y museos y exposiciones al palco. Estamos centrados en la tienda Velodróm, el restaurante La Eroica café, la subida al Tibidabo y correr sin parar al amanecer.
Y lo vamos cumpliendo, a rajatabla, como una gestión de carrera, de esas pruebas locas que duraban muchos días, y que tenías que seguir para que no se fuera la pinza..
De Velodróm hemos salido con un chaleco rojico de Rapha, que me hacía mucha falta y además me lo merecía. De la Eroica café con el estómago casi lleno, porque nos hemos venido abajo al ver la carta y hemos pedido dos platos para los cuatro, por enseñarles a los críos a compartir y tal.
Del Tibidabo he bajado feliz porque lo he subido con Miguel en un ascenso con vistas a la ciudad y al mar. Un parque con aroma a Igueldo, brutal, que me encanta, con su funicular y su Montaña Suiza en forma de avión rojo.
Y lo he bajado tan contento que he decidido enseñarle a Miguel el Velódromo de Horta. Salida y llegada de mis cinco Barcelona Perpignan Barcelona. La prueba que más he repetido, junto con el camino de Santiago, y que me hizo muy feliz. Con un recuerdo azul al coronar de vuelta el Forat del Vent, al amanecer y bajar hasta la llegada después de 600 kilómetros.
Por cierto, una prueba que la recuperan para este 2022, que es una buena opción de volver a un sitio que has sido feliz, esa idea que me tiene un bucle desde que comprobé que la peña de Unzué sonríe igual que hace veinticinco años. Opción que me explotó en el móvil vía wassap de mi maestro Julián Sanz, el mejor ciclista de ultrafondo que ha tenido este país pero de largo. A la propuesta de repetir aventura acompañó un blog que escribí sobre él en el año 2016, al volver de la Race Around Austria.
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Vuelvo a las vacaciones, perdón. También paseamos, que nadie piense que estamos todo el día dándole a la pulsación, paseamos y mucho y por todos los lados y nos perdemos más. Y compramos pan y jamón de york, que es básicamente la comida de todos los días, al sol, en un banco, y a toda leche para poder seguir con los planes.
Y por la noche, antes de cenar, Irache y yo tenemos barra libre de Estrella Galicia en una terraza, mientras Iciar y Miguel tienen su barra libre de móvil. Y la vida es bella ¿o qué?
Y por la noche, antes de cenar, Irache y yo tenemos barra libre de Estrella Galicia en una terraza, mientras Iciar y Miguel tienen su barra libre de móvil. Y la vida es bella ¿o qué?
Pues yo creo que sí, que como dice Leire Martinez, nuestra mejor cantante de mundo mundial de La Oreja de Van Gogh, a partir de ahora nada de pedir deseos de cosas imposibles, no. Para este 2022 vamos a pedir todo cosas posibles, que para imposible está la RAAM y aquello ya pasó y mirad, mi final de año fue chulísimo y este comienzo un disparate y estoy tan contento que casi se me está olvidando el maldito muelle de Oceanside, creo.
Y lo mejor está por llegar, o eso dice Diego Torres, así que adelante con los deseos de cosas posibles.
Willow
El temazo de hoy viene desde Córdoba, a toda leche, con el viento a favor, para vosotros.
para vosotros.