Mi hijo Miguel dice que me han hecho un “degradado” en el pelo. Yo ni idea, como siempre. Pero el caso es que ya vi que el peluquero se ensañaba con mis patillas y de allí para arriba, con máquina, sin tijeras, una y otra vez, como la canción de la Oreja de Van Gogh.
Yo por unos momentos pensaba que me iba a hacer un “mohicano”, de esos que ahora están de moda, y entré en pánico. Fue entonces cuando le dije que a pesar de llegar en bici, con una sudadera y mochila de decathlon, estaba ya próximo a cumplir con la primera parte de mi vida, y que además había sido tormentosa, que no venía a cuento pero no pude evitarlo, y que no estaba para cortes raros.
Él me habló algo de volumen y de que al crecer aquello me iba a devolver a los treinta años, o qué se yo. Pero qué va, cuando volví a casa no vi mohicano por ningún lado, vi a un tipo sin edad, degradado a más no poder y con la mirada vulgar, como siempre.
Soy gilipollas, porque por intentar estar todo guapo estas navidades me quedé sin bicicleta, la hora libre que me dejó el último fuego en el periódico la dediqué al peluquero. Eso es hacerse mayor, perder el tiempo y ser un perfecto cretino. Además de buscar un imposible, estar todo guapo. Si es que soy gilipollas.
No sé a cuento de qué ha venido mi pequeña mascletá con el peluquero, porque estamos en nochebuena, mañana no hay periódico, es día 25, y tenemos los Villancicos de la Escolanía Loyola, que son una tradición navideña y que me encantan, porque hace mil años yo cantaba allí. Siempre las mismas canciones en la misa de 12.30 h, porque a veces que todo siga igual es la opción buena, es como el lugar donde vuelves y donde sabes que la vida es bella por un tiempo. Una idea en círculos en este blog venido a menos.
A pesar de seguir siendo feo estoy contento. Ayer me embarré con Miguel y las bicis de monte como hacía años. En una salida hacia los molinos de “El Perdón” de la que nos tuvimos que quitar el barro con la manguera en una gasolinera antes de entrar en casa. Salí con pocas ganas y volví muy contento. A veces volver a los charcos es volver a tener veinte años, como salir con la bici de monte un día de nieve, sabes que es un error pero también sabes que los trompazos te van a sentar fenomenal.
Os dejo, me esperan Irache y Mikel con sus bicis, nos vamos a tomar un café navideño a Monreal, que no es tradición, pero nos apetece. Y ya que estamos, le voy a proponer a Mikel volver el día 6 de enero a la Peña de Unzué, como lo hicimos en nuestra adolescencia y después durante muchos años más en el intento de madurez actual en el que estamos metidos.
Creo que es un gran tradición que podemos retomar, además que me puedo hacer el chulico enseñándole desde arriba dónde está la Peña del Abrigo y la Ermita de San Bernabé, que antes no teníamos ni idea, en realidad no sabíamos por dónde nos daba ni el viento, yo lo recuerdo casi siempre a favor, pero no lo sé, éramos jóvenes e inconscientes.
Pues nada, mejor os voy dejando, porque este blog no hay por dónde cogerlo. He empezado con el peluquero, de allí hemos pasado de puntillas por la Navidad para naufragar en la Peña de Unzué.
Es un blog degradado, está claro. Un blog que nunca tuvo que existir, como mi sesión de peluquería, como el tardeo en Indara de Cano, un error, uno más, como llevar paraguas por la vida o atravesar Borrego Springs sin chaleco de hielo.
Hay nubes en los cristales, estrellas en mi corazón, cantan canciones tus ojos de navidad.
Willow.