A mi padre le debo una entrada al blog sobre el recorrido que va desde la Ermita de San Polo y la de San Saturio, en Soria. El año pasado paré allí a dormir camino de Toledo, para variar, y salí prontico por esos lugares con la bici. Yo le mandé una foto y él me dijo que escribiera algo sobre nuestros vuelos familiares por esos sitios. Difícil tarea que ha viajado desde entonces conmigo, con la luna a cuestas y el agua al cuello, como todo. Y hoy, uno que anda sin mucho estímulo ni fugas a la vista, he decidido abrir página.
Debería escribir sobre los Álamos del amor, esos que acompañan el camino entre las dos Ermitas, que están plagados de iniciales que son nombres de enamorados, de cifras que son fechas, allá por donde el río Duero traza su curva de ballesta. O eso dice mi padre que debió escribir el poeta Antonio Machado, porque mis inquietudes literarias nunca pasaron por este hombre, en realidad creo que no existieron hasta hace unos años, que empecé a devorar los libros de “Cultura Ciclista”.
Pero cualquiera se mete en semejante jardín, quita quita. A mi Soria me mola, pero soy más de la mantequilla dulce y el puerto de Piqueras, la verdad, y de la Vuelta ciclista a Soria de Juveniles, pero no la que Xabi Zandio se dejó en la primera etapa un buen puñado de minutos y en la segunda la piel bajando hacia Vinuesa. Soy de la Soria de los Gabinete, como Jesús Caso, con esa frase tan chula de su temazo “Camino Soria”.
“Todo el mundo sabe que es difícil encontrar en la vida un lugar, donde el tiempo pasa cadencioso sin pensar y el dolor es fugaz”
Claro que llegué a grabar un nombre en los árboles de aquel paseo, o varios, seguro que fueron varios, porque he sido muy disperso en todos los aspectos, pero por lo menos uno tengo seguro cuál es. Y fue sin fecha, porque para su suerte y mi desgracia, nunca tuvimos un instante para hacerlo eterno. Porque enamorarme un poco más de la cuenta siempre fue una mala inversión para mí y tengo cierta tendencia natural al error.
El paseo entre las dos Ermitas, las vistas desde el Parador Nacional sobre el río Duero, la lectura del poema “Al olmo viejo” y su “rama verdecida” en el Cementerio de El Espino, la tumba de Doña Leonor, el parque de La Alameda de Cervantes, la Plaza Mayor y el Renault 14 verde metalizado, fue la Soria familiar.
Porque hemos ido a muchísimos sitios en familia pero a Soria siempre hemos vuelto, como a Sos del Rey Católico, a la Costa Dorada o a Vidangoz. Imagino que a Soria volvía enfadado, de morros, porque me veo reflejado en la pre adolescencia de mis hijos, sobre todo en la de Miguel y el tiempo no pasa especialmente “cadencioso y sin pensar” en sus años, bueno y en los míos tampoco. La paz interior que no existe. Mi madre le llama “azogue”.
Quizás mi adolescencia no fue tan tremenda como pienso, porque aceptaba los planes familiares, que muchas veces pasaban por visitas a museos de todo tipo, cuadros y más cuadros, una sala tras otra, por Paris, Madrid, Sevilla, Lisboa, Barcelona…Y castillos, bien de castillos por Castilla, claro, llenos de historia y piedras. He visto más piedras que Imanol Erviti en sus vuelos por la Roubaix.
Y cómo Imanol, gracias a mis padres también he visto muchas bicicletas y carreras, cientos de carreras, desde el Tour de Francia hasta la vuelta a España pasando por la carrera de Dicastillo. He intentado leer muchas revistas francesas de ciclismo y he memorizado todas sus fotos. He conocido el equipo Reynolds más familiar, a Bernard Hinault, Criquelion, Caritoux…. y hasta una vez leí que Ducloss Lasalle ganaba una carrera de 600 kilómetros entre Bordeaux y Paris.
Este verano, en nuestra fuga familiar a Paris, me acordé de mi anterior visita al Louvre, cuando yo tenía la edad de mi hijo Miguel, y me compraron la revista “Miroir du Cyclisme” para que les dejara su tiempo libre de visita al Museo. Y comprobé que apenas he cambiado, porque hice piña con Iciar y Miguel para salir pitando de aquellas galerías rumbo a los Campos Eliseos, al museo de Renault y a la Torre Eiffel. Niégate a ser mayor, ya sabéis.
Y poco más que añadir a todo esto. Bueno sí, me parece una buena opción tener un lugar donde volver para hacer lo mismo, sitios que no te deparan ninguna sorpresa, donde sabes lo que te vas a encontrar y que son todo cosas chulas, donde el tiempo pasa cadencioso sin pensar y el dolor el fugaz. ¡Qué buenos esos Gabinete!
Yo he ido a muchos sitios, demasiados los últimos años. Y ahora veo que mi opción de vuelta se ha centrado en Paris, en Peña Castelar, Santiago de Compostela, en el paque nacional de Ordesa, en Toledo con Adolfo, en Unzué con Raquel y Yolanda, en Labenne Ocean con la familia, en Peñíscola con Cano, en el Valle del Roncal y en los acordes de la Gibson de Mikel Erentxun, a los que en realidad no vuelvo porque nunca he salido de ellos.
Ale, mi viejo ya tiene el blog, que no ha sido muy bueno, como el anterior de Erentxun y las libélulas, ese fue brutal. Ese momento de mi vida fue mejor que el milagro de la primavera en el olmo viejo de Machado, sin duda irrepetible, y claro, ahora al volver la vista atrás se ve la senda que nunca he de volver a pisar y la vida no es tan bella, como el río Duero, que lo imagino llorando al pasar por el Álamos del amor entre San Polo y San Saturio porque nunca volverá.
Lentamente caen las hojas secas al pasar y el cierzo empieza a hablar.
No si al final entre los Gabinete, mi padre y Antonio Machado, algo saqué en claro de todo esto, ¿o qué?.
Willow
Vamos con los temazos.
Hoy es inevitable poner dos, y ninguno de Mikel Erentxun. Los Gabinete por Jesús Caso y el eterno "Caminante", ese que el camino son sus huellas "y nada más", por Mikel Baraibar.