Dicen por Unzué que en las faldas de la ermita de San Bernabé hay una cueva muy chula, que sólo la conocen los lugareños, los que son de Unzué de toda la vida. A pesar de que escribí hace ya algunos blogs que “Unzué es el lugar al que quiero volver” solo me ha llegado foto de la cueva, pero ninguna indicación más.
Y debe ser sólo para ellos porque lo primero que hice fue buscar en la página web de mi amigo Angel www.misescapadaspornavarra.com y Angel sabe lo que hace, su página cuenta ya los 2049 traks por la geografía foral, de locos.
Es cuestión de tiempo que la encuentre, y que me haga un fotón mirando hacia la nada, como siempre. Sólo necesito tiempo, porque a Unzué siempre vuelvo, llevo volviendo algo más de 25 años. Eso es mucho tiempo, casi media vida para mí. Además la segunda parte, que ha sido la más emocionante, la de la turbulenta juventud y el intento de ser ciclista de ultrafondo, la de correr más rápido que el pasado para poder dejarlo atrás, como Forrest Gump, la del hombre en fuga.
Porque a Unzué he vuelto de muchas formas: he vuelto cargado con todos los ramos de flores de una carrera del Villavés en el maletero dejando a los vencedores sin premio, he vuelto para celebrar mi cumpleaños un mes antes de la fecha, para ver una lluvia de estrellas con Cano y Kike que nunca llegamos a ver y además nos importaba bien poco, con Mikel Baraibar cada 6 de enero, para subir arriba de la peña y hacer un mortal sobre un bog que está en medio del camino llegando al pueblo. Mikel empezó de pequeño y acabo de mayor en esa peña.
No me acuerdo el momento en que conocí a Raquel y a Yolanda, y a su familia, pero a pesar de toda la serie de despropósitos que os he contado y algunos cuantos más, nos tenemos un cariño a prueba de años, de tiempo, de familia a familia, eterno como una Race Across Amèrica, azul como el sueño de Mikel Erentxun en "Libélulas", una fiesta, una luna llena hasta reventar.
Ayer volví otra vez, como el pueblo entero estaba en la carrera que organizaban de MTB en la “campa”, aproveché para ponerme unos temazos en el Spotify y recorrer las calle con Mikel Erentxun, como en los grandes momentos. Subí a la iglesia y un poco más, pude ver San Bernabé y la peña del Abrigo, que por lo visto ahora están más de moda que la propia peña de Unzué. Seguí con la Pinarello un poco más arriba, para ver al abuelo Javier, eterno también. Recordé como me preguntaba con su voz directa y nerviosa “oye, pero tú eso como has hecho” cada vez que volvía de alguna carrera y la ilusión contando las mil batallas sobre su bicicleta. Ese hombre daba mucha vida, hablar con él era una locura, porque transmitía una energía terrible, único.
Y de allí directo a la carrera, para ver la bici nueva de Sofía, perder un auricular de botón y comprobar que Raquel y sus amigas están igual que siempre y más guapas que nunca, que sigue intacto, como el temazo de Mikel Erentxun, su buen humor y sus ganas de reír. Ese viento loco que le llaman cierzo creo que tiene algo que ver.
Y para hacer todo esto todavía más azul, empezó a sonar el temazo de “inmortal” de la Oreja de Van Gogh, que lo llevo en mis últimas fugas y lo escucho de forma compulsiva. ¡pero cómo no voy a volver a Unzué!
Ale, blog cortico, que los últimos me habían salido interminables, como la RAAM también. En fin. Creo que ya el siguiente será el resultado de mi quinto Camino de Santiago sin parar para tomar impulso. Será otro despropósito de mi vida, como el de los ramos de flores de la carrera en Unzué, porque hacer el Camino de Santiago en 32 horas es una insensatez y ya repetirlo por quinta vez y ser feliz es que ya no tiene ni medio pase, en fin.
Ah! Y si alguien sabe dónde está la cueva que me lo haga saber, que lo mismo no existe, que Raquel y sus amigas son de risa fácil y quizás me están devolviendo la del cumpleaños en agosto, ¡ay Dios!
Willow