Estos cicloturistas del Egüesibar son directos, no se andan con rodeos los tíos. Esta mañana subiendo el puerto de Guirguillano me han preguntado por mi edad, así sin anestesia ni nada, con un “¿Tu Willow cuántos años tienes?” ¡Qué cabrones! Y yo con mi pequeña cronofobia y la Pinarello F10 a cuestas y el alma en pena.
Directos y también diferentes, porque cuando el ritmo endiablado de Felipe Palou y sus secuaces nos han aislado en el autobús trasero no he tenido que contestar a nada sobre los Caminos de Santiago sin parar, ni Austria ni los desiertos de Arizona ni esas cosas de las que uno ya está un poco de vuelta. ¡Qué va! Hemos subido Guirguillano partiéndonos de risa, uno ha dicho que sumando los años de esa grupeta nos salían más de 500 y otro que fuera tranquilo con ellos, que ya estaban todos vacunados. Creo que exageraban un poco. Y por delante Felipe haciendo de las suyas, ¡que fino está el cabrón!. Subida diferente de lo más entretenida. Me ha encantado. Buena gente.
Es que hoy, después de toda la vida cruzándome con los cicloturistas de Egüesibar he decidido salir con ellos, invitado por Carlos Burguete, claro. Y muy a gusto, como siempre. Tengo la suerte de ir bien con todos y creo que el acierto de no cerrarme a ningún grupo. Desde que dejé los entrenamientos cerrados para los vuelos de la Copa del Mundo de Ultrafondo cada viernes decido con quién ir.
Esto está bien pero tiene una pega, normalmente tienes que contar las mismas cosas, la manida RAAM, aquella carrera no termina nunca, con razón le llaman la carrera más larga del mundo, hace ya casi dos años y no consigo pasar página. Vivo en esas rectas interminables de Kansas, enredado en el viento viendo la vida pasar.
Tipos veloces, los del Egüesibar, generosos en los relevos, buena gente. Algunos conocidos y otros que he conocido hoy mismo. Volveré si Carlos me vuelve a invitar y si no también, que Patxi Manterola corta el bacalao allí y nos tenemos muy buena estima desde hace años.
Ha sido un día de ir tranquilo sin mucho jaleo, El fin de semana pasado me dejé un par de años de vida en las rampas de cemento de San Miguel de Aralar, lo di todo y me vi bien. El problema vino cuando el lunes Edurne, mi compañera e influencer en el mundo de las zapatillas y los amaneceres, decidió subir de madrugada el Tangorri y colgarlo en Instagram y claro, yo que me estaba cuidando mucho y entrenando mejor de cara al reto de Adolfo allá en Toledo, se me fue la mano y el martes allí estaba, arriba del Tangorri viendo el amanecer.
Que el Tangorri lo subo bien, y el amanecer es chulo allí, pero hay que bajarlo, y llegar a casa y de allí volar al trabajo y madre mía. Correr por las murallas no tiene nada que ver con bajar un monte, por más que se empeñe el Pelos en decir que sí, que el monte es menos agresivo dice el tío, claro, como el cabrón lo hace todo bien pues me pasan estas cosas. Cuadriceps al palco para tres días, en fin.
El Tangorri es infinitamente más chulo desde los ojos de miel de Edurne que sobre el ritmo imposible de Aitor Iraizoz, pero mucho más. Aunque soy carne de cañón y tengo cierta tendencia natural al error y a la autodestrucción, y ya me veo quedando con Aitor para subir el Castillo de Irulegui de madrugada, a 4 por kilómetro, como mi nueva tienda de referencia, y luego con los de Olloqui Team para dar una vuelta a Erro en plan tranquilos y tal. Que por cierto, les debo una salida y tengo ganas de ir, aunque me van a llover palos de los buenos, imagino, pero es el precio del aquél blog incendiario de los Koms, lo pagaré con gusto.
Juli! Que vista mi pequeña mascletá en el Tangorri, mantenemos nuestro pacto de no agresión en la sierra de Cabra, o mejor, le mandamos a Adolfo con la bicicleta arriba de la sierra y tú y yo nos vamos con Mikel Erentxun por la vía verde que tiene mejor pinta.
En pocos días vuelve el hombre en fuga, ya era hora. Las lluvias que nos vienen van a dejar en papel mojado el anterior blog, Santiago lo dejo para Junio, pero quizás en dos días agarre la bicicleta y me vaya hasta el Mediterraneo, que no es el cabo Finisterre, ni el fin del mundo, pero leer La Vanguardia en la playa con una buena cerveza Moritz (¡un saludo Pablo!) después de 450 kilómetros tiene su punto.
Pues nada, vamos poniendo fin, blog corto, sencillo, como el ultrafondista venido a menos, que me preguntan por la fuerza mental para cruzar Estados Unidos en bici y yo les hablo de la felicidad más plena que es pedalear sin final. Y claro, así habrán pensado los del Egüesibar que vaya mierda de ultrafondista hemos tenido en Navarra, y quizás ya no me vuelvan a invitar a ir con ellos, o no.
Siempre me quedarán los del Tenis, estoy seguro al ochenta por ciento, el amor es eterno mientras dura.
Willow
Ah! Me vais a permitir que cambie a Mikel Erentxun por Silvio Rodriguez en la canción que siempre acompaña el blog. Con esto del Spotify he vuelto a meter alguno de los temas que me tuvieron en bucle hace mil años. Temas que me llevan a los años de Xabi Zandio por el Villavés y también al pueblo de Unzué. Así que para Raquel y Yolanda esta canción, con un cariño azul que nunca se acaba, como la Race Across América.