“Darle la vuelta al cuerpo; blog de un ciclista de ultrafondo”

PEÑA CASTELAR: CUANDO DEJAMOS DE COLGAR LAS PIERNAS AL VACIO

Con el curso escolar y mis entrenos libres de pocas horas, hemos retomado la montaña en familia y con amigos.

Después de volver a subir durante estos últimos años montes como el Txurregui, Gaztelu, Trinidad de Irurzun, mi querida Peña de Unzué, Izaga o hasta el Gorbea, hoy ha tocado Peña Castelar desde el monasterio de Leyre.

Es un monte que en mi adolescencia me encantó y que después llevé por allí a todos los equipos que fueron pasando por mis manos en el Villavés. También a Irache, creo que fue el primer monte que subimos juntos y junto a un pequeño Mikel Baraibar.

Con mi hermano Miguel (Miguelín para el mundo escolar) también lo he subido muchas veces, algunas solos, otras con alumnos y hasta en aquellas pascuas itinerantes con críos del cole que él todavía sigue haciendo, creo que también es ultrafondista, a su manera pero ultrafondista.

Hoy he vuelto a Peña Castelar, con Kike, Puy, Sergio, Elena, Miguel e Iciar, calculo que hará unos quince años que no la subía, he vuelto a pasar por el paso del Oso, y por el hayedo sombrío del final. He visto aquella chimenea entre dos paredes y el hueco entre las rocas con la Virgen que ya no está, por cierto.

Efectivamente los años han pasado, mirad, en Peña Castellar siempre hacíamos un ritual de cosas que nos daban la vida. La primera era pasar por arriba de la chimenea entre las rocas y la segunda sentarnos en una esquina de la peña con las piernas colgando al vacío. Hoy ni una ni otra. En mi favor diré que lo he intentado, vamos que he ido directo a hacer lo que recordaba que había que hacer allí, pero no. Los años pasan y apenas me he podido asomar para ver la caída, los dos metros que me han faltado para llegar a la piedra son los quince años que han pasado.

Y claro, con este panorama, el mío digo, no el de la peña que es muy bueno, ni Miguel ni Iciar han repetido el ritual de Peña Castelar, para nada se me ocurre dejarles acercarse al cortado ni trepar por la piedra, imagino que tendrán que ir solos, cuando les toque su adolescencia, que espero que no sea tremenda como la mía, pero bueno, eso ya para cuando lleguemos a la Mesa de los Tres Reyes.

Lo mejor de todo esto es que todavía nos queda dar el salto al alto Pirineo, cuando Mikel dejó de ser pequeño para ser adolescente, entonces fuimos felices en la Brecha de Rolando, el Monte Perdido, el Talión o la Gran Facha.

Y de allí nos fuimos a pasar esta madurez insoportable entre Bordeaux y Paris, pasando Eslovenia, con parada en Austria, Italia, Suiza, América, y ahora Japón, inasequibles al desaliento, entre nunca y jamás.

No tengo claro en qué momento dejé de colgar mis piernas al vacío.

Círculos, una vez más.